Si algo dejó claro el partido de ayer es que, a día de hoy, el Sevilla y el Barcelona no están en el mismo escalón futbolístico. Si hace dos años ambos equipos peleaban de tu a tu la liga, ahora todo ha vuelto a la normalidad y existe una diferencia palpable, entre otras cosas porque el motor de aquel Sevilla campeón se pone la camiseta blaugrana en lugar de la blanca.
Aún así, la primera parte no terminó con el resultado merecido por los sevillistas. El equipo de JIménez tapó todos los huecos y aburrió al Barcelona. Desde ahí, supo construir varias ocasiones de gol e, incluso, tuvo instantes de juego vistoso, cosa muy meritoria para un equipo que juega sin centro del campo. Pero perdonó, y si perdonas a estos equipos...pasa que Eto'o coge un rebote y de media ocasión hace gol, pone el 0-1 y todo se vuelve casi imposible. Y el casi desaparece si Undiano echa su manita correspondiente y perdona un penalti y expulsión que, quien sabe, podría habernos deparado otro partido.
Pero lo que nos deparó otro partido fue la segunda parte. El Barcelona cogió la pelota y no la soltó. El Sevilla corría detrás de los azulgrana y cuando tenía la pelota era incapaz de llegar al área de Valdés. Y así transcurrieron los minutos sin que el Sevilla diera la sensación de poder empatar el partido. Hasta que apareció Messi para sentenciar y convertir los últimos minutos en todo un calvario para los sevillistas, los que estaban sobre el césped y los que nos congelábamos en la grada.
Derrota lógica, porque el que estaba enfrente está llamado a marcar una época en esto del fútbol, a poco que no se tuerza en su actitud y motivación. Pero seguimos ahí, quintos con 23 puntos. Que no se le olvide a nadie que hace no mucho nos bañábamos en la Puerta de Jerez cuando quedábamos por encima del sexto. De unos años a esta parte no bajamos de esa posición. Quien piense que el Sevilla va a ganar un título todos los años va a sufrir mucho. La época de dulce ya pasó. Ahora toca saber valorar lo que tenemos. Y esperar a que nos toque volver a disfrutar en lugar de empeñarse en hundir el barco entero para ahogar al capitán.
